Mientras sus pies se hundían en las
blancas arenas de un horizonte, que sonaba al compás de olas furiosas,
su mente no dejaba de pensar por qué tuvo que llegar tan lejos. Por qué
se escapó de todos y se alejó en aquella costa.
Era una
noche de verano donde su único reflejo era su luna. Atrás, un poco lejos
ya, descansaban en el horizonte las luces de una casona en la playa.
Empezó a caminar despacio alejándose con
curiosidad. Su mente comenzó a trabajar y sus pies a trotar. Sus
latidos aumentaron y el viento ya rosando su cara, provocaba un
movimiento de ensueño en su largo cabello oscuro y enrulado. Sin motivo
alguno el nudo en la garganta le tomó la poca voz que llevaba encima.
Al mismo tiempo que empezó a correr
desesperadamente. Sus lágrimas caían de sus ojos como manantiales sin
rumbo. Sabía que sólo ella tenía el poder de detenerse y frenar todo…
pero no quería. Sentía que era obligación soltar todo aquel sufrimiento
que sintió durante tantos meses.
Atrás, en aquella casona la gente
parecía feliz, sonreía, bailaba y comía… Mientras tanto ella huía de un
destino que no le correspondía y del cual todavía tenía la posibilidad
de evitar. Sus zapatos de tacos soltaron su mano, cayendo como rocas
en el camino.
El aire de mar llenaba sus pulmones y
sus ojos celestes llenos de lágrimas iluminaban el largo camino. Una
sonrisa le brotaba en su cara después de mucho tiempo.
Seguía corriendo desaforadamente como
queriéndose librar de un motivo. El celular que sostenía con la otra
mano comenzó a vibrar. Se detuvo bruscamente, lo miró y no dudó en
tirarlo al mar… En él, la llamada perdida de un hombre sería la última
melodía que escuchase esa noche.
Sus ojos ya rojos y su enorme sonrisa,
provocaron la carcajada más hermosa de su vida. Comenzó a caminar
tranquila, se quitó el velo que arrastraba y así, sólo un vestido blanco
acompañó esa noche, a una novia fugitiva en busca de su verdadero
destino.
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